«En defensa de la infelicidad» es el título de un libro que logró reunir durante 17 años la experiencia de un hombre que midió su día a día con la vara de la felicidad. El autor es Alejandro Cencerrado.
Después del largo recorrido plagado de atardeceres soñados, encuentros perfectos, tormentas insoportables, pudo concluir que ser feliz a largo plazo es imposible y que los malos días son inevitables.
Alejandro nació en Albacete, España, es licenciado en ciencias físicas por la Universidad Complutense de Madrid, experto en estadística y analista big data del Instituto de Investigación de la Felicidad de Copenhague en Dinamarca. Siempre estuvo obsesionado en cuáles son los nutrientes de la felicidad.
Asegura que su trabajo en el instituto es menos mágico e interesante de lo que la gente imagina. “Analizo datos continuamente de miles de personas para poder comparar entre quienes se sienten mejor y peor, qué los diferencia. Eso permite implementar políticas que mejoren sus vidas”, explicó y agregó que el tipo de estudio que hacen se centra en aspectos que pueden modificarse. Por caso, dejaron de medir la autoestima porque “no sabemos cómo cambiarla”.
La experiencia en el Instituto de Investigación de la Felicidad le permite tener algunas conclusiones sobre cuáles son los factores protagónicos en el bienestar de las personas. Por ejemplo, es clave contar con espacios de encuentro para las personas. “Es que las relaciones sociales son muy importantes. En su lado negativo, está la soledad”, señaló.
Por eso es muy valioso que en un edificio exista un lugar común para que se vinculen los vecinos. Permite que los encuentros sean frecuentes y se provoque una saludable atmósfera de comunidad.
“Es que las relaciones sociales son muy importantes. En su lado negativo, está la soledad”
Los clubes de barrio también permiten esa experiencia. De hecho, el Ministerio de la Soledad de Inglaterra encontró que una de las medidas más fructíferas fue invertir en clubes de barrio. Eso permite que la gente se sienta integrada.
Alejandro observa que en las empresas empiezan a incorporar con mayor frecuencia el concepto de la felicidad en sus movimientos. “Veo que los jefes se preocupan mucho por el bienestar de los empleados, muchas veces nos contrataron para eso”, comentó. Se da en Dinamarca donde -por una cuestión cultural- el bienestar está por encima de la riqueza económica.
Reflexiona que “en general la gente no cree que se pueda medir la felicidad, que pueda convertirse en un objetivo serio, aunque cuando tomas medidas en función de los datos, te das cuenta de que sí es algo real».
Sobre la importancia del dinero en su relación con la felicidad, Alejandro sostiene que “si no tienes para pagar un dentista o el colegio de tus hijos, el dinero cuenta y mucho”. Más allá de que hay gente que asegura que vive bien con poco, “nosotros no vemos eso en los datos. Seguramente hay gente optimista, pero tener poco dinero afecta a la felicidad”.
Aclara que existe un punto en el que el ingreso económico ya no tiene impacto en el bienestar. Es cuando pensas en comprar el último modelo de tu teléfono celular o planeas la construcción de tu segunda casa. “Por eso, si a nivel país queremos aumentar el bienestar de la mayoría, tenemos que subir impuestos a los ricos para distribuir el dinero a los que menos tienen. Sé que es polémico, pero es lo que hacen los países más felices”, señaló.
Sobre el impacto de la pandemia, Alejandro recordó la frase del actor Ricardo Darín: “Éramos felices y no nos habíamos dado cuenta”. Aunque también acotó que esa idea -que tiene mucho sentido- es imposible sostenerla en el tiempo. Cuando ya volvimos al trajín cotidiano similar a la normalidad conocida, esa frase se deshilachó porque “nuestro cerebro está hecho para estar insatisfecho”.
Para Alejandro tenemos una idea cultural sobre lo que debe ser la felicidad que nos puede generar perturbaciones. En el diario donde registró su camino de bienestar, se encontró con varios días en los que debía ser feliz y no lo fue. O al revés. Recordó el caso más extremo que le tocó vivir, cuando falleció su tía de un derrame cerebral.
“Esa noche tenía que apuntar cómo me sentía. Y no me sentía mal. No era que no me importara la muerte de mi tía, es que no era consciente de lo que había pasado en ese momento. Además, cuando alguien se muere, la familia te arropa mucho. Y eso es muy lindo”, recordó.
Está convencido de que es vital para el desarrollo de la ciencia de la felicidad empezar a ser honestos con nosotros mismos. Quitarnos el corset cultural para reconocer cuál es el sentimiento que aflora de verdad.
Escucha un fragmento de la entrevista radial