Los peligros del sistema alimentario: «No hay que dejar la cocina en manos de la industria»

(Foto: Paula Villamil)

Patricia y su hermano hacían las tareas de la escuela en la cocina de su casa. Especialmente en invierno porque era el lugar más acogedor. En su familia, todos cocinaban muy bien. Recuerda eso y también que desde niña ayudaba a su mamá a preparar delicias imborrables.

Patricia Aguirre es una reconocida especialista en antropología alimentaria que ama la cocina y que hoy se maravilla cuando los alimentos orgánicos llegan directamente a su casa, cuando antes debía hacer un esfuerzo inmenso para conseguirlos.

En su último libro, «Devorando el planeta – Cambiar la alimentación para cambiar el mundo”, plantea que el problema no radica en la escasez de alimentos, sino en su distribución. Reflexiona también sobre el sistema alimentario actual que, guiado por la lógica de ganancias, termina destruyendo nuestro entorno y atenta contra el futuro de nuestra propia especie.

Patricia Aguirre

“Estuve en contacto con el mundo de la cocina desde siempre. Encuentro en ese lugar un espacio de relajación, de creatividad. Es un placer”, admitió en el programa Pausa que conduce Vivian “Lulú” Mathis. Está convencida de que hay que aprender a cocinar como una actividad básica de la reproducción personal y social.

“No hay que dejar la cocina en la mano de la industria, ni de los nutricionistas. Mucho menos de los cocineros”, define mientras se ríe (aclara que estos últimos se enojan con ella por decirlo). «Es que la cocina es para todos los que quieran cocinar».

Patricia cuenta con una cuota de ironía que hace años tenía un don. Cuando la gente hablaba con ella, dejaba de comer. Ahora, directamente se pone a llorar. Y esto se debe a la información que comparte sobre el impacto humano en el ambiente, que es increíblemente destructivo. “Nos hemos manejado con la lógica de la ganancia sin cuidado del medio ambiente. Se pensó que la capacidad autodepuradora iba a reparar nuestra extracción. Y no fue así. Este es un modelo extractivista que saca del medio ambiente mucho más de lo que ponemos”.

Y este modelo ha sido muy exitoso en el camino de aumentar la cantidad de comida disponible, aunque “ha sido perverso pasándole la cuenta de este menú a las generaciones que vienen. La tierra, el agua y el aire están contaminados”.

Su último libro

Considerando este contexto, mencionó la iniciativa de Naciones Unidas, 30×30, para asegurar que al menos el 30% de la superficie del planeta, tanto terrestre como marina, estén en 2030 bajo un sistema efectivo de protección, conservación y gestión que preserve la biodiversidad. “En Japón, por ejemplo, se recomienda que las embarazadas no coman más de 300 gramos de pescado por semana, por la contaminación”, apuntó.

“Es tremendo, gravísimo. No podemos hacer estas cosas horribles, detestables. Además, ¿en nombre de qué?, ¿de las heladeras con freezer?”

La antropóloga alimentaria señala que frente a este escenario hay mucho por hacer entre todos. Desde reciclar, retirar los plásticos de circulación, controlar la publicidad sobre los alimentos. Pero para eso hay que estar atentos, asegura, y existen dos partes del cambio. La ‘individual’, que es cuando cambiamos la alimentación y se modifican las estructuras sociales. Y la presión que podemos ejercer sobre las instituciones. «Un ejemplo claro fue la ley de etiquetado frontal. Ese proyecto se militó”.

Si cambiamos la alimentación, cambiamos el mundo

Sobre las características de nuestra alimentación, dijo que la industria es la gran formadora de los patrones alimentarios. “No son los médicos, no son los nutricionistas, son las publicidades de la industria que dicen cualquier cosa”, asegura.

Además, considera que la industria alimentaria ofrece la idea de “sacarse el problema de la comida de encima”. Y para Patricia hay que cocinar porque es una forma de controlar lo que comemos y cómo lo hacemos. Además, la mesa es donde compartimos cosas importantes. 

Y recordó una anécdota. Hace un tiempo compartió una mesa con una pareja y sus dos hijos. El papá le dijo a su esposa: “vieja, acá no hay sal”. Y ella se levantó presurosa, mientras se excusó diciendo “qué cabeza la mía”. “En esa escena los chicos aprendieron sobre las relaciones de género. Cómo piden los valores y cómo responden las mujeres. Es la mesa en donde se pueden dar estos aprendizajes u otros. Por eso es tan importante”.