Por Daniel Pardo – Foto: Celina Mutti Lovera
Clemente es una lechuza de campanario. Toda blanca, con hipnóticos ojos grandes y negros. Hace 15 años, su cuerpo golpeó contra el parabrisas de un camión. Estaba comiendo en la ruta y no hizo a tiempo para esquivar el inmenso vehículo. El camionero se ocupó de inmediato del ave y la trasladó al lugar correcto.
“Fue necesario amputarle ambas alas. Esa primera semana no fue fácil, pensé que no iba a sobrevivir”, admite María Esther “Beba” Linaro, fundadora de MundoAparte, el refugio creado en 2001 para animales silvestres en Rosario. “Ahora está ciega, pero se dio el lujo de ser papá. Tiene unas ganas de vivir…”, comenta orgullosa.
María es una destacada artista plástica, profesora de Bellas Artes y una de las primeras ambientalistas del país. Es reconocida en Santa Fe por la incansable tarea en la protección y rehabilitación de animales. Desde hace 28 años vive en el refugio de dos hectáreas ubicado en el barrio Casiano Casas. Dice que, desde que dejó de dar clases en la universidad, intenta evitar la ciudad. “Huí”, reconoce sonriente en el programa de Vivian ‘Lulú’ Mathis, Pausa.

Dice que la muerte de un tigre de bengala cambió su vida. “Hace 35 años acepté, como ecologista, la dirección del jardín zoológico de la ciudad. Quería ver qué pasaba adentro y ahí tuve el primer choque con la realidad”, cuenta y agrega que es fácil hablar de ecología con la postura “esto no se toca” o la premisa de soltar a todos los animales que están en cautiverio. En ese momento descubrió que el tema es un poco más complejo.
El tigre de bengala vivía en una jaula de 4×4, de cemento. Beba lo trasladó a un zoológico en San Nicolás con mayores comodidades. El espacio era más amplio, de tierra, tenía pileta, y lo esperaba una hembra. “No aceptó el cambio y murió. Eso me marcó el alma”, cuenta y el tono de su voz se modifica por la emoción.
En ese momento entendió que el proceso para que los animales recuperen su libertad no es tan simple. “Me dejé llevar por la mirada inocente de una niña, impulsada por las ganas que tenía que no existiera el zoológico. Yo quería que mejorara la calidad de vida de los animales. Comprendí que los cambios son desde adentro para afuera”.

Beba considera que el zoológico puede ser útil, por ejemplo, para animales que tienen una discapacidad. Y que no es necesario caer en el extremo de “liberemos todo”. “Hay que hacer una buena evaluación sobre si el animal que estuvo en cautiverio es capaz de cazar, de buscar su comida”, apunta y da un ejemplo: si el tigre de bengala tiene el olor del humano y regresa a su hábitat, los primeros en matarlo son los de su especie.
Cuando MundoAparte abrió, tenía 15 animales. Fueron los primeros huéspedes que habían sobrevivido del ex zoológico municipal. Beba pidió la tenencia al Municipio porque los habían dejado en un basural. Hoy son 70 y reconoce que el camino no fue nada fácil. “Perdí muchas cosas…”, menciona y continúa: “hoy tenemos un consultorio con camilla, incubadora, botiquín completo y una jaula de transporte de distintos tamaños para animales heridos”.
En este tiempo desarrolló una particular intuición. Por caso, sucede que a veces no coincide con el diagnóstico de un veterinario. Por supuesto, asume la responsabilidad y la mayoría de las veces tiene razón. Le asombra cuán precisa es en detectar cuándo un animal no está bien. Y convive también con cierto temor a la pérdida. Le cuesta. “Sé lo que pasa cuando se cumple el ciclo vital del animal y me entra desesperación de no verlo. Después de un tiempo lo siento adentro”.

Recuerda que hace 4 años pudo rescatar un tigre de bengala que lo habían comprado en un circo y lo tenían viviendo en una jaula pequeña. El propietario de un campo con soja lo tenía en muy malas condiciones. “Le hicimos un palacio solo para él, con tres hábitats, dos piletas para bañarse. Se adaptó muy bien. No borras el pasado -por el tigre que murió-, pero por lo menos aprendes qué cosas hay que hacer y cuáles no”.
Cuando le preguntan qué aprendió de convivir con los animales responde sin dudarlo: “La incondicionalidad”. Cuenta que cuando un puma te da la espalda es porque te dice: “ya soy tuyo”. Y cuando le habla a las aves de rapiña, se desdibujan los ceños fruncidos y la miran con los ojos bien redondos. La explicación es que se trata de energía pura y considera que “hay que dejarse de mirar el ombligo y tiene que salir de ahí un cable de amor para todos. Al final, todos somos uno”.