«Cambió mi vida»: La historia del oftalmólogo que le devolvió la vista a más de mil personas en África

Un niño de 8 años llora desconsolado en un quirófano levantado en Angola. Usa todas sus fuerzas para evitar que lo toquen y ahuyentar el terror. Catalina lo sujeta con fuerza para cumplir con el objetivo. No es fácil, pero lo logra. “El trabajo está hecho”, se escucha luego. 

Gerardo Valvecchia es un reconocido oftalmólogo de Quilmes que, además de desarrollar su práctica en consultorios y hospitales, siempre tuvo el anhelo de llevar la medicina a la gente, especialmente a sectores vulnerados. Por motivos inexplicables, no fue fácil hacerlo hasta que en 2017 conoció a  la española Elena Barraquer. 

“Si todos los oftalmólogos del mundo dedicáramos una semana de nuestro tiempo a los demás, se solucionaría el problema de la ceguera evitable”, define Elena, especializada en cirugía de catarata y transplante de córnea y reconocida con la Medalla de Honor de Barcelona y el premio Queen Sophia Spanish Institute. En 2017 le dio vida a su fundación para cumplir con el objetivo de operar en África. 

“En un congreso en España la conocí, le conté mi deseo y en tres meses ya estaba en Namibia. Es algo que no voy a abandonar nunca porque cambia la vida de los pacientes y de los que somos parte de las misiones”, definió seguro Gerardo. 

Recordó que en una de las primeras experiencias en Mozambique los médicos de la delegación se habían hospedado en un orfanato que contiene a 200 niños y niñas, y está a cargo de sacerdotes portugueses. Desayunaban en el lugar y “muchos venían a nosotros para que les demos un abrazo. Fueron situaciones muy fuertes”. Luego se dirigían al hospital y realizaban las operaciones desde las 8 hasta las 20. 

“Cuanto más operas, menos ciegos habrá. Es un granito de arena. Esta experiencia cambió mi vida para siempre”, sintetizó el coordinador de la fundación en América Latina. 

Para Gerardo no hay muchas diferencias entre la realidad de África y algunos lugares de Argentina. La diferencia más significativa está asociada a la cantidad de médicos para operar y el acceso a los insumos que, en el caso de las experiencias en países africanos, son suministrados por la fundación. Comentó que “cuando viajan médicos europeos, se horrorizan. Nosotros estamos un poco más curtidos”. 

En la última misión que se realizó en febrero de este año, cinco cirujanos realizaron 1062 operaciones de cataratas en 5 días. Destacó que se trató de la misión más grande de la fundación. 

La posibilidad de ver cómo un niño recupera la vista sigue siendo impactante para Gerardo. En cada intervención utilizan un tipo de de anestesia que requiere que el ojo deba ser tapado. “Cuando al día siguiente lo destapas, ves como se transforma su cara y se le dibuja una sonrisa porque vuelve a ver. Me sigo sorprendiendo aunque tengo muchos años en esto”, admitió. 

Destacó el convenio que se firmó entre la Fundación Elena Barraquer y la Fundación Leo Messi por el que la organización del jugador se hace cargo del costo de cada cirugía pediátrica durante tres años. 

El trabajo en la fundación le permitió abrir puertas en su país. Gerardo lideró equipos que trabajaron en Salta, donde operaron a 550 personas con ceguera bilateral por cataratas. También lo hicieron en Berazategui -provincia de Buenos Aires- y están armando una misión a El Impenetrable, en Chaco. Asegura que la fundación va al lugar que sea requerida. 

En uno de los viajes a Angola, Gerardo llevó a su hija Catalina que estaba cursando el primer año de medicina. Hubo una experiencia que los marcó a los dos. Un niño de 8 años, ciego de ambos ojos, no quería ser pinchado en el párpado para la primera operación, entonces se movió de manera casi incontrolable y lloró desesperado. 

Debieron detenerse y evaluaron la situación. Los médicos no tenían muchas opciones porque, de no concretar el trabajo en ese momento, tenían que esperar un año a la próxima misión. 

“Mi hija Camila terminó arriba de la camilla, agarrándolo de la cabeza para que no se mueva. Nos sentimos destruidos. Al día siguiente, el niño volvió feliz porque veía. Nos escribió una carta y cuando la leo todavía me emociono”, contó con la voz resquebrajada por el recuerdo y agregó algo más que, asegura, guardará para siempre. “Cuando terminó esta operación, tan exigente y fuerte, Catalina me miró y me dijo: ‘¿Nosotros estudiamos medicina para esto, no?’. Ahí dije ‘listo’, el trabajo está hecho”. 

Escucha parte de la entrevista