Científica chaqueña fue premiada por National Geographic por un proyecto que une conservación y defensa de comunidades

Por Lorena Direnzo

Un proyecto científico de conservación del pecarí quimilero, un chancho salvaje endémico de Chaco, derivó en un trabajo social de fortalecimiento de las poblaciones indígenas y criollas de esa provincia, poniendo el acento en su riqueza cultural. Sucede que son estas comunidades quienes tienen los saberes para conservar los bosques, indispensables a su vez, para salvar al quimilero.

“Se trata de ayudar a que las personas no sean desplazadas, permanezcan en sus territorios y sean agentes principales de conservación, si así lo desean. Solo de esa manera, se puede frenar el avance de las grandes corporaciones”, explicó.

Unos 15 años atrás, Micaela Camino dejó atrás Buenos Aires, tras terminar su carrera de Biología en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), para sumarse a una iniciativa en Chaco. Jamás imaginó que encontraría un camino propio vinculado a la conservación y que su trabajo sería distinguido por la National Geographic Society y la Fundación Buffett en Washington.

Micaela admitió que recibió con sorpresa el premio.

El premio que recibió Micaela días atrás celebra los logros en la protección de los recursos naturales y reconoce a los héroes de la conservación. Dos galardones se entregan anualmente a investigadores de África y América Latina.

“No es que uno se postula sino que alguien te nomina. O quizás, National Geographic encontró lo que estás haciendo. De modo que para mi fue una absoluta sorpresa”, resumió Micaela.

El trabajo de esta doctora en Biología se focalizó en la conservación de una especie endémica de Chaco (por ende, única), como es el pecarí quimilero. Este chancho de monte se encuentra amenazado y figura en la lista roja de especies en peligro de extinción de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Se estima que podría desaparecer en menos de 30 años. ¿La principal amenaza? La deforestación impulsada por la agricultura industrial.

Especialistas suponen que la especie podría extinguirse en los próximos 30 años fuera de las áreas protegidas.

“Hasta los años 70 se pensó que era un fósil, porque no se lo veía, pero lo cierto es que está ahí. La conservación de esta especie tiene mucho valor y, a la vez, sirve de paraguas para todo el ecosistema boscoso. Hablamos de bosques con una diversidad de especies enorme y diversidad cultural, es decir muchas familias criollas e indígenas”, sintetizó.

En un principio, Micaela formulaba preguntas científicas entre los miembros de las comunidades, hasta que se percató de la importancia de armar un monitoreo participativo de fauna. “Por lo general, se parte de la base de que el humano hace desastres, pero ¿todos son iguales? Me empecé a preguntar a dónde nos paramos quienes hacemos ciencia y conservación: ¿cómo no iba a consultar a las comunidades si sabían mucho más que yo?”, recordó. Esa modalidad de trabajo que comenzó en 2011 se extendió hasta 2016, año en que se consiguió un financiamiento del Ministerio de Trabajo de Nación. En ese momento, varios participantes accedieron a un extipendio por capacitarse, por valorizar su propio saber. Ahora, esto se cortó.

Redoblar la apuesta

Micaela continuaba trabajando en Chaco cuando el desmonte llegó a la región donde se encontraba. “Estaba en la región mejor conservada de Chaco y aun ahí llegó el desmonte. Salían camiones y más camiones con madera. La gente que no sabía leer contaba: ‘Vinieron y me hicieron firmar acá’. En ese momento, pensé en redoblar la apuesta con el proyecto quimilero. Cuando algo tan grave pasa en tu cara, sos cómplice también. Ante ese dolor, me resultó más fácil actuar que irme. Sabía que algo tenía que hacer y así empezamos con talleres y otros trabajos mas sociales”, especificó esta investigadora de 42 años que, hoy continúa viviendo en Margarita Belén, Chaco.

La investigadora aclara que forma parte de CONICET, aunque el trabajo excede la ciencia.

En 2022, recibió el Premio Whitley, conocido como el Oscar Verde, en Londres, uno de los galardones más preciados en conservación. La reciente distinción por parte de National Geographic está vinculada no solo a su trabajo en conservación sino por haber abordado la problemática social en paralelo. El desafío de un “trabajo horizontal en territorio”.

“Parte del ambiente es la gente, trabajar para el buen vivir de la gente. Soy parte del Conicet, pero nuestro trabajo excede la ciencia. La idea no es ir a enseñarles a las comunidades locales cómo tienen que vivir con los bosques, sino encontrar algo legítimo. Lo que nos enriquece como sociedad son las soluciones que construimos horizontalmente con otras formas de saber. Así se solucionan de verdad los problemas de conservación”, definió.

Una especie en peligro, dos amenazas

El pecarí quimilero sufre dos grandes amenazas. Con la altísima tasa de deforestación, los especialistas suponen que la especie podría extinguirse en los próximos 30 años fuera de las áreas protegidas.

Parque Nacional El Impenetrable

“De todos modos, las áreas protegidas son pequeñas y están separadas. Son esenciales, pero no son suficientes por sí solas. Por eso, hay que trabajar en los bosques que conectan y eso requiere trabajar con la gente”, señaló.
La cacería es otra de las amenazas del pecarí quimilero. La de mayor impacto corresponde a quienes concurren a los bosques y “cazan lo que encuentran”, a la que se suma la “cacería de subsistencia”. “En este último caso, entendemos que hay que medir la sustentabilidad de la gente, que debe trabajarse en la seguridad nutricional”, dijo.

La siguiente pregunta que se formuló Micaela fue de quién eran esos bosques, un área de 700 mil kilómetros cuadrados. Para eso armó mapas con ayuda de organizaciones. “Nos encontramos que esas familias que viven en esos bosques nativos pueden manejar sus territorios, cuando tienen seguridad en la tenencia de la tierra. Esos territorios funcionan como barrera a la deforestación. Por eso, nos propusimos trabajar con esas personas, esos aliados que lideran la conservación”, comentó.

Se apuntó a fortalecer esas comunidades a fin de que conozcan sus derechos y eviten así los abusos y la corrupción. “El problema de la conservación también está vinculado a gente muy marginalizada, de modo que se trata de fortalecer sus capacidades”, planteó.

El proyecto incluye la generación de material educativo.

En el caso de los territorios indígenas, añadió, el 80% está bajo “tenencia insegura”. “Hablamos de la región con la tasa de desmonte más alta. No solo hablamos de la pérdida rápida del bosque sino también de la violación a los derechos de estas familias”, manifestó.

¿Y por qué se puso el acento en que la gente conozca sus derechos? Porque la deforestación “tiene que ver con actores externos, con grandes empresas, personas con poder y dinero que se aprovechan de la gente tiene la tenencia insegura de la tierra y la desplaza”. En muchos casos, la gente se ve forzada a migrar a los cordones periurbanos; mientras, en paralelo, avanzan los usos extractivistas de la tierra y el bosque pierde madera. “Así llega el agronegocio que termina ocupando la tierra de los pobladores locales y se va perdiendo por completo la masa boscosa. Las máquinas topadoras avanzan con miles de hectáreas”, indicó.

En este sentido, Micaela insistió en que la gente “se ve acorralada en su territorio porque ocupan sus lugares. De esta forma, hay menos diversidad, cambios culturales y cada vez estamos más lejos del buen vivir. Mucha gente quiere quedarse en sus hogares, pero no encuentra la manera y es desplazada”. Cuando logra quedarse, va a garantizar la conservación del bosque. Así lo concluyó Micaela.

Micaela asegura que las comunidades tienen los saberes para proteger los bosques y así salvar al quimilero.

“No es una cuestión ideológica. Eso fue publicado por la prestigiosa revista Global Environmental Change. Por eso, hay que poner el acento en que la gente pueda conservar, cómo mejorar su buen vivir, en garantizar sus derechos”, mencionó.

De todos modos, reconoció que trabajar solo con la gente para que lideren el manejo en sus propios territorios no basta. También es necesario sumar a los decisores políticos.

¿Cómo impactó el proyecto hasta ahora? Micaela aseguró que, “como científica, quisiera tener datos más exactos. Pero la respuesta cambia, según mi estado de humor. Lo cierto es que logramos que hoy en Chaco haya jóvenes activistas, asociaciones llevando adelante proyectos y estudiantes. Vemos un entretejido que se va fortaleciendo. Pero también vemos gente que sigue desvaneciéndose de hambre y un supuesto ordenamiento de bosques que es un desastre”.

La investigadora reconoció que, pese a los avances, aún no cuenta con una respuesta a su gran pregunta: cómo conservamos, usando la ciencia y los saberes tradicionales al mismo tiempo. Pero sin dudas, el trabajo es a largo plazo.