Por Daniel Pardo
Se producen cerca de 460 millones de toneladas de plástico al año en el mundo. La mitad de esa producción corresponde a productos de un solo uso. Y menos del 10% de todo el plástico se recicla, el resto termina transformándose en microplásticos y nanoplásticos que contaminan los océanos e ingresan a la cadena alimentaria global. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), si no hace nada, el consumo mundial de plástico podría triplicarse de aquí a 2060.
Sandra Pascoe Ortíz se conmovió por este problema hace 15 años cuando decidió hacer algo. Ella es ingeniera química y profesora investigadora de la Universidad del Valle de Atemajac en Guadalajara. Su creación, que es una respuesta al problema que genera la contaminación por plásticos, nació en un aula.
En ese momento brindaba clases de química aplicada a la ingeniería para estudiantes de la carrera de Ingeniería Industrial. Al final del curso, se proponían proyectos de aplicación. Un grupo de jóvenes había escuchado a un científico que se refería a la posibilidad de hacer plástico con un cactus: el nopal. Eso les despertó una profunda curiosidad.

Probaron de distintas formas pero no funcionó. Se decepcionaron con el resultado y decidieron abandonar el proyecto. “Pero yo soy optimista e intensa”, admitió sonriente Sandra en el programa Pausa que conduce Vivian ‘Lulú’, Mathis. “Vi las muestras y pensé que se podía hacer algo. Entonces lo propuse como un proyecto institucional a la Universidad y me dieron el visto bueno”, recordó.
El nopal es una planta de la familia de las cactáceas. Tiene pencas alargadas, ovaladas, planas y con espinas. Dan frutos que se denominan tunas. Y, apunta Sandra, hay más de 300 especies en todo el mundo. Solo 15 especies son utilizadas para alimento humano, el resto no es aprovechado.
«¿Cómo continuó la investigación? Convoqué a otros estudiantes para que participen del proyecto e hicimos algunas pruebas. Primero intentamos utilizar todo el material de la planta pero no encontrábamos la forma correcta de hacerlo”, contó. Durante este proceso, se nutrió de la experiencia de otros investigadores que habían utilizado la baba de la planta: un líquido viscoso que tiene un componente que se denomina mucílago. “Es una goma viscoza natural que tiene características plastificantes”, mencionó. Ese producto se utilizaba para recubrir frutas, con el objetivo de prolongar su durabilidad. Se trataba de una película muy delgada que se disolvía fácilmente con el agua. Ese era un inconveniente para Sandra.

“Yo quería un material para la producción de bolsas o que fuera una alternativa a los plásticos convencional”, explicó. Entonces transitó un recorrido extenso de prueba y error hasta que encontró la mejor forma: utilizar el jugo de la planta que tiene azúcares y mucílagos.
El camino no fue simple. Las primeras bolsas tuvieron un color café muy oscuro porque se oxidaba el jugo cuando se secaba. ¿Quién va a querer bolsas de ese color?, se preguntó con preocupación. Finalmente consiguieron una tonalidad de beige y entonces sintió que el proyecto tenía posibilidades. “Fue una larga y bonita experiencia”, resumió con orgullo sobre la idea que fue patentada en 2014 en el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial.
Hoy ya pudieron producir algunas bolsas. Hasta el momento, todo se ha realizado en el laboratorio y de forma artesanal. La siguiente prueba será poner el material a soplado industrial para descubrir su resistencia. “Hoy tenemos un biomaterial que es completamente biodegradable”, destacó. Este bioplástico se degrada en el agua en solo una semana. En tierra, desaparece en dos o tres meses. Sin contaminar, sin dañar a ningún ser vivo. Aunque también aclaró que, principalmente por esta característica, no tiene la misma resistencia que los plásticos convencionales. No podría resistir, por ejemplo, una gaseosa de 2 litros. Se rompería.

Sandra se muestra orgullosa del trabajo realizado que demandó de mucho corazón y perseverancia. Está dialogando con empresas para desarrollar el producto. Asegura que el avance de su proyecto permite imaginar hoy que pronto estará en el mercado. Un mercado, subraya, que ha cambiado y que hoy exige este tipo de productos porque existe una mayor preocupación por el medio ambiente.
Cuenta que siempre se interesó por las ciencias naturales, desde niña. Le fascinaban los procesos industriales. Cualquier proceso le resultaba interesante. Y cuando estudió la carrera, descubrió que la ciencia es maravillosa porque ha permitido cosechar muchos beneficios. “Pero también hemos contaminado mucho al mundo. Me di cuenta de eso. Hicimos muchas cosas bien y también deterioramos al planeta. Por eso pensé: ahora es momento de utilizar este conocimiento para salvar al mundo”.