Por Daniel Pardo
Le dicen ‘El loco de los kilómetros’ o el Robin Hood argentino. El ultramaratonista Sebastián Armenault menciona que en su última carrera en el Desierto de Australia, en mayo de este año, sufrió una invasión de moscas. Eran perturbadoras nubes negras imposibles de esquivar. Incluso tragó algunas durante el primer día de competencia. En el segundo día, se encontró, milagrosamente, con cinco chicas que estaban haciendo un picnic en medio del desierto. Llevaban una campana hecha de red. “Les rogué tanto que me la vendieran que finalmente me la dieron. Y armé mi propia red para seguir la competencia”, recordó sonriente.
Las aventuras de Sebastián son exigentes y también son solidarias. En el Desierto de Australia corrió 442 kilómetros y llegó exhausto, pero feliz. “Cuando tenes el desafío de que cada kilómetro que hago se transforma en donaciones para hospitales, merenderos, geriátricos o escuelas, es un impulso”, definió. En esta oportunidad, los recursos reunidos están destinados a terminar un merendero en Tortuguitas, provincia de Buenos Aires. “Yo salgo entre los últimos pero me siento el campeón del mundo porque tengo un propósito”, aseguró.

Los inicios
Esta idea tuvo su primer capítulo cuando un amigo lo invitó a correr a Palermo. Tenía 40 años en ese momento. Hizo dos kilómetros y, con el cuerpo algo dolorido, pensó por qué no seguir corriendo. Admite que nunca había entendido mucho por qué la gente corría sin una pelota en juego. Ocho años después corrió 170 kilómetros en el desierto de Emiratos de Omán. Cuando regresó pidió una reunión con el gerente de la empresa en la que se desempeñaba como director comercial. “Le dije que había encontrado mi propósito y que en tres meses dejaba mi lugar en la empresa”, recordó sobre el salto al vacío que dejó a su familia impactada.
Fundó entonces la ONG 1Km 1Sonrisa con el objetivo de que sus participaciones en competencias se convirtieran en donaciones. “No me importan los tiempos, las posiciones, yo me siento campeón haciendo lo que me apasiona. Mi premio es llegar a un geriátrico y cambiarle los anteojos a todos los ‘abuelos’”, asegura. Siempre recuerda que en uno de esos encuentros, una señora le dijo que su sueño era poder leer el diario todos los días.

Admite que en este desafío, el respaldo de sus hijas es fundamental. Si bien en un principio no lo entendieron, hoy están orgullosas. Y a Sebastián le puede faltar cualquier cosa antes de una carrera, menos las dos cartas de ellas que lee la noche antes de iniciar la competencia. En ese momento se encienden las usinas de energía para afrontar el desafío. Dice que el humilde y mejor legado que puede dejar es mostrarles que hay muchas formas de ganar en la vida.
La carrera más dura
Entre tantas competencias no es fácil encontrar cuál fue la más difícil. Sebastián piensa y responde que fue la del Polo Sur, con 32 grados bajo cero. Recordó que para esa carrera tuvo que pedir ropa prestada. Eran 32 competidores y todos -describe- estaban vestidos como astronautas para cubrirse del frío; “y yo parecía Pedro Picapiedra con ropa prestada”. En la previa de esa carrera recordó que su abuelo usaba papel de diario en el pecho para escudarse de las bajas temperaturas. Eso mismo hizo. Para Sebastián esa carrera tuvo un significado especial porque su amigo Alejandro, en el momento de la carrera, lo estaban operando por un cáncer. “Había que correr 42, yo hice 8 kilómetros más para mandarle energía a él”, contó.

El catálogo de aventuras es inmenso. El ‘Loco de los kilómetros’ también unió Londres con París en bicicleta, Madrid con Santiago de Compostela. Y hace dos años, en la 12va edición del Panda Raid, corrió 3000 kilómetros en un Fiat Panda por el desierto de Marruecos, con el objetivo de demostrar que cuando haces lo que te apasiona, nada te detiene. Y lo que importa siempre es el propósito. Cuando regresa a su casa después de una de estas extenuantes competencias y sabe que sumó recursos, por ejemplo, para terminar la construcción de un merendero, se pregunta siempre: “¿Hace falta algo más?”.
El resultado de un propósito solidario
Sebastián brindó ya más de 300 charlas en 30 países. También publicó el libro ‘Superarse es ganar’, y recuerda que cuando tuvo el primero en sus manos, lo compartió con su mamá. “Se lo llevé a ella porque en el colegio había sido un burro. Me decía que no lo podía creer. ¿Escribiste un libro?, me preguntaba”, recuerda y dice que hoy la encuentra a ella y a su papá en los inmensos cielos estrellados de algún desierto.

Ya lleva más de 25.000 kilómetros recorridos y más de 55 millones de pesos recaudados desde la primera carrera que permitieron comprar 20 desfibriladores, construir dos merenderos, dos casas para familias que perdieron todo en incendios. Y muchos otros aportes a personas que lo necesitan. Afortunadamente, varias empresas se han sumado a su propuesta solidaria del Robin Hood argentino.
Sebastián supone que durante julio estará terminado el merendero de Tortuguitas. Será el tercero que logra levantar bajo la inspiradora consigna: 1 kilómetro, 1 sonrisa. Cuenta que los competidores del mundo empiezan a imitarlo e incluyen una consigna solidaria. “En la vida no es salir campeón o nada. Yo salgo último y me siento campeón”, define orgulloso.