La historia de la mujer que posicionó a Claromecó como destino fungi: «Fue poner en valor el patrimonio natural»

Por Lorena Direnzo 

Emilia Ventureyra García, técnica en diseño interior, abandonó Mar del Plata en 2016 para radicarse en Claromecó, una localidad balnearia del partido de Tres Arroyos, a 480 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. En ese entonces, no se imaginaba que no solo dejaba atrás la vida en una gran ciudad, sino que también emprendería un camino distinto que le permitiría dar un nuevo perfil y una identidad turística a un pueblo de 5 mil habitantes que, hasta ese momento, había vivido principalmente de una temporada de verano acotada a tan solo 60 días.

“Viví en Mar del Plata durante 15 años y me saturé de la gran ciudad. Llegué a Claromecó con unos ahorros y tuve una vida laxa. Al ser una comunidad tranquila, sin shopping y que no tiene transporte público en invierno, mi nivel de gasto se redujo a una décima parte”, comienza relatando Emilia, de 43 años, quien decidió tomarse un tiempo sabático para definir qué quería hacer.

El pueblo de Claromecó, describe, ofrece un mar infinito y, del otro lado, un inmenso bosque implantado. Allí solía llevar a su perra y soltarla para que corriera y explorara. De pronto, empezó a reconocer fragmentos de su infancia en ese lugar y recordó a una amiga de la adolescencia que recolectaba hongos, aunque no tenía idea de cuáles eran. Se propuso encontrarlos y lo logró. Sin embargo, pasaron dos años de preguntas en busca de información, sin éxito.

“Había un hermetismo increíble en la comunidad, quizás por miedo a que los hongos se comieran y cayeran mal. No había un conocimiento científico real, era todo empírico. Quizás me pasaba seis horas buscando hongos, recolectaba algunos y se los llevaba a un hombre que tenía referencias como ‘conocedor de ese mundo’. Le preguntaba qué eran, si alguno se comía. Me miraba y me respondía: ‘no’. No me tiraba una punta”, recuerda entre risas.

Emilia descubrió su pasión en Claromecó

Entonces decidió buscar bibliografía y llegó a los libros de Edgardo Albertó, director del Laboratorio de Micología y Cultivo de Hongos Comestibles y Medicinales del Instituto Tecnológico Chascomús. “Estaban destinados a biólogos; eran muy técnicos, con descripciones imposibles de pronunciar. Con ayuda de diccionarios e internet, fui aprendiendo a leerlos. Mi única herramienta, hasta ese momento, eran mis conocimientos de Ciencias Naturales del secundario, cuando los hongos todavía ‘eran’ parte del reino de las plantas”, sostiene.

De a poco, logró identificar dos hongos comestibles —el hongo de pino y el delicioso— y empezó a secarlos y cocinarlos. Descubrió una veta que desconocía y que, a la vez, la fascinaba. Le encantaba salir a recolectar hongos para cocinarlos a familiares y amigos.

“De pronto me pregunté por qué no los vendía. En 2018 participé de la feria de productores de Claromecó con 20 frascos de hongos de pino. Los cocinaba frescos y los hacía en aceite, hasta que hice el curso de manipulación de alimentos y tomé conciencia: empecé a hacerlos encurtidos en vinagre, porque el medio ácido es más fácil de dominar”, cuenta.

El atractivo de Claromecó ya no es solo playa

En solo dos semanas vendió todo su stock y se propuso reinventar el emprendimiento, convirtiéndolo en su principal actividad económica. “Vivir en un pueblo requiere de muchas actividades económicas”, aclara.

También fue aprendiendo la medida justa de recolección. En un primer momento, juntaba mucho más de lo que podía procesar o cosechaba hongos maduros que, al llegar a su casa, ya estaban colonizados por otros hongos y no podían utilizarse. Todo eso terminaba en la basura. “Y lo cierto es que está bueno que el hongo cumpla su función”, resalta.

Además, pasaba muchas horas en el bosque con los hongos en la canasta, cuando estos tienen una vida útil limitada. “No es como la papa que comprás en la verdulería. Fue un camino de aprendizaje, de reconocimiento entre los hongos y yo. Fue amor absoluto a primera vista. El hongo es degradador, es el ciclo completo de la vida. Me sentí peor que Caperucita”, reconoce esta mujer, nacida en Tres Arroyos, que de esta manera volvía a reencontrarse con la naturaleza.

En medio de ese proceso comenzó a participar en la organización Escuela Agrícola Claromecó, donde conoció a un investigador del Conicet que impulsaba un proyecto para generar células de producción de hongos. “Pablo viajaba por distintos pueblos capacitando a la gente para que pudiera idear su propio cultivo de hongos comestibles o medicinales. Se acercó a la ONG y nos preguntó si nos interesaba llevar adelante el cultivo en un predio de 25 hectáreas. La propuesta de la organización tenía un eje histórico, educativo, productivo y turístico, todo dentro de la permacultura y la vida sustentable”, comenta.

El objetivo de Emilia es unir la ciencia con la comunidad. Foto Anabel Díaz

Finalmente, el proyecto no prosperó, pero Emilia siguió en contacto con el investigador y se propuso llevar a otros especialistas al bosque de Claromecó para recorrer y estudiar las especies del lugar. Hasta ese momento, solo había registros empíricos, sin un relevamiento detallado de lo que crecía allí.

Así surgió la idea de organizar un encuentro de investigadores. El desafío era que los especialistas se internaran en el bosque para detectar qué había. La pandemia de Covid-19 obligó a posponer la primera reunión, que finalmente se concretó en 2022 con unos 20 investigadores invitados de Bahía Blanca, Buenos Aires, La Plata y Chascomús. También se abrió a vecinos interesados en conocer el mundo de los hongos.

“Si bien no encontramos una gran diversidad porque el encuentro se hizo en junio, los becarios quedaron sorprendidos. Y quedaron sentadas las bases de un gran hallazgo tanto para la comunidad científica como para la comunidad local, como una herramienta para aprovechar y atraer turismo fuera de estación”, expresa y agrega, orgullosa: “Hoy aparecemos en el radar de los hongos como una alternativa a Bariloche”.

Los especialistas identificaron entre 50 y 55 especies de hongos, de las cuales solo cinco son comestibles. Por eso, el foco no está puesto en la gastronomía.

Se reconocen hongos en otoño y primavera

Claromecó no ofrece especies que no existan en otros lugares. Los bosques de Pinamar, Monte Hermoso o Villa Gesell comparten características similares: son bosques implantados con plantas exóticas, principalmente coníferas europeas. “La gran diferencia es que trabajamos para posicionar a Claromecó como destino de hongos. Los empezamos a encontrar, valorar y mostrar. Fue poner en valor el patrimonio natural que tenemos en esta zona”, señala.

Si bien no se trata de un patrimonio nativo, “son ecosistemas que hoy están sostenidos por esas especies vegetales. Desde la ONG no estamos de acuerdo con los monocultivos de soja o de pino, pero comprendemos que, 60 u 80 años después de que estos bosques fueran implantados, ya existe una vida que se expresa y es diferente. Esa es nuestra invitación: mirar esto con otros ojos, con ojos de cuidado”.

El pueblo de Claromecó se ubica entre el mar y grandes extensiones de campos de monocultivo de trigo, girasol y maíz. “No es una zona que se destaque por su trayectoria en senderismo o visitas guiadas. La propuesta es que los hongos sean un puente entre la ciencia y la comunidad. Descubrimos, sin querer, que los hongos son un nexo entre los abuelos y los nietos, la ciencia y la señora que quiere hacer una pizza con hongos. Acá entendemos la importancia de la divulgación científica: hacer entendible la ciencia para los simples mortales”, plantea Emilia.

Este año se llevó adelante la cuarta edición del encuentro científico, con apoyo del municipio de Claromecó, y la localidad comienza a instalarse en el radar turístico a partir de este nicho emergente. Paralelamente, se avanza con la propuesta de salidas guiadas de interpretación y reconocimiento de hongos en otoño y primavera.

Se generan caminatas para descubrir hongos. Foto: Marcos Suarez

“Aunque la primavera a veces es medio rara. Este año, por ejemplo, pasó de largo: hizo mucho frío y después mucho calor. Si bien crecieron algunos hongos, fue poco y no alcanzó para una gran diversidad”, explica.

Las caminatas duran alrededor de tres horas y recorren tres sectores diferentes. En primer lugar, un bosque privado con una duna donde predominan pinos y algunas acacias. Luego, se avanza hacia la estación forestal Ingeniero Paolucci, un predio municipal con sectores de cipreses, eucaliptos y pinos. Finalmente, el recorrido llega a la estancia de Bellocq, donde se encuentra la mayor diversidad de plantas y hongos.

“Se trata del primer asentamiento de europeos en la zona, a principios del siglo XX, con apoyo del gobierno nacional para que adquirieran tierras para la agricultura. Sembraron plantas propias de Europa y, cuando se fundieron, la provincia compró esas tierras. La flora nativa empezó a recuperar terreno sobre lo implantado. Hoy tenés un bosque híbrido, con una infinidad de plantas exóticas y nativas que crecen en perfecta armonía”, detalla, maravillada.

Emilia se reconoce como impulsora de este nuevo perfil que adquirió Claromecó, aunque admite que jamás imaginó llegar hasta aquí. “Me fui encontrando a mí misma y fui descubriendo un nuevo Claromecó. Un Claromecó profundo que amo y me encanta mostrar, algo que el turista que suele venir en verano desconoce. Guarda secretos que tratamos de transmitir al visitante que conoce este pequeño rincón. Sembramos una nueva semillita”, subraya.

Para Emilia este trabajo se hace con una mirada de cuidado.

El trabajo iniciado en 2018 dio sus frutos: la localidad ya está posicionada como destino fungi. “Después de aquel primer encuentro empecé a estudiar turismo, al ver que la situación me superaba y que debía capacitarme para ser buena anfitriona. En julio de este año, la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA llevó a cabo la tercera convención de hongos comestibles y medicinales, y tuve la oportunidad de presentar un trabajo de investigación sobre micoturismo. Me encontré con que el encuentro que organizamos era conocido y recomendado en el ambiente científico. Ya tenemos calendario para el año que viene. Hoy la rueda gira sola”, concluye.