La era de la Alfabetización Ecológica

Por Christian Tiscornia

Somos expertos en inteligencia artificial, pero brutalmente analfabetos en relación a los principios que regulan el funcionamiento de la naturaleza. No logramos incorporar en nuestros sistemas de producción y consumo las enseñanzas que todas las comunidades ecológicas nos brindan a diario. Vivimos en un conflicto permanente entre los sistemas humanos y el resto de los sistemas naturales. La configuración de nuestros modelos mentales quedó anclada en el pasado, alimentada por miedo, desconocimiento y resistencia al cambio. Seguimos aferrados a respuestas que hace generaciones ya no funcionan para el equilibrio de nuestra vida en este planeta. En vez de repensar las preguntas para aprender a interser, redoblamos las dosis de medicinas vencidas, y así estamos, intoxicados en nuestros pensamientos, en nuestros cuerpos, intoxicando cada uno de los ecosistemas de los cuales dependemos para vivir.

¿Qué es la alfabetización ecológica?

La alfabetización ecológica es aprender a diseñar como lo hace la naturaleza. Es interpretar la vida como redes, flujos y ciclos. Se refiere a la habilidad de entender las múltiples interconexiones en los sistemas naturales que permiten que la vida prospere en la Tierra. Como diría el educador ambiental David W. Orr, es una forma sistémica de pensar, es comprender los principios básicos de la organización de la naturaleza y asumir un estilo de vida respetuoso de estos procesos. Al final del día, el desorden que vive el mundo es el reflejo de nuestro propio desorden mental y de cómo asumimos nuestro lugar en el planeta. El tránsito hacia la salud sistémica requiere incorporar competencias prácticas interdisciplinarias para un rediseño profundo de los sistemas humanos de producción y consumo tomando a los sistemas naturales como modelo a seguir. La alfabetización ecológica es una herramienta central en este proceso.

La búsqueda de nuevos modelos de pensamiento nos invita a pensar la eco alfabetización en clave de preguntas. Este puede ser un punto de apalancamiento importante para lograr la interacción armónica con el resto de las especies. Buenas preguntas nos ayudan a canalizar nuestra fuerza creadora, nuestra capacidad de dar y cuidar la vida. ¿Cómo se organizan las comunidades ecológicas no humanas? ¿Cómo genera la naturaleza las condiciones propicias para la vida? ¿Cómo incorporar los principios de los sistemas naturales en los sistemas industriales y sociales? ¿Cómo se expresa la abundancia en las comunidades bióticas? ¿Cómo aprender a Interser con la trama de la vida? ¿Cuáles son los cambios culturales necesarios para recuperar la biofilia?

Principios de los sistemas vivos

La alfabetización ecológica nos ayuda a comprender el ADN de la vida, y en este proceso hay ciertos principios esenciales. Uno de los más importantes es el principio de la interdependencia. Todo está conectado con todo lo demás. Toda forma de vida de un ecosistema esta interconectada a través de complejas redes de relaciones que definen los procesos de soporte vital. Las redes son el patrón básico de la vida. Como dice el físico y teórico de sistemas Fritjof Capra en su libro “La Visión Sistémica de la Vida”, los ecosistemas son redes de organismos, los organismos son redes de células, órganos, y sistemas de órganos, las células son redes de moléculas. Donde sea que vemos esa trama de la vida, vemos redes interconectadas.

Comprender la interdependencia ecológica significa entender sus relaciones, ya que las interacciones entre las partes de una comunidad ecológica son tan o más importantes que las partes mismas. El éxito de toda la comunidad depende no solo de la calidad de sus individuos, sino de la calidad de las relaciones que se establecen entre ellos, en particular de los vínculos de cooperación. Una de las grandes científicas de la biología evolutiva, Lynn Margulis, descubrió la importancia crucial de la simbiosis en la historia de la vida. El descubrimiento disruptivo de Margulis fue que las células complejas (eucariotas) se originaron de la integración de células sencillas que hasta el momento habían existido de manera independiente en una relación de beneficio mutuo (simbiosis). En sus propias palabras “Todos somos comunidades de microbios. Cada planta y cada animal en la Tierra es hoy producto de la simbiosis”. Margulis nos ayuda a comprender el valor de la cooperación y la interdependencia como mecanismo evolutivo.

Otro principio central es el de los sistemas anidados. Como las muñecas rusas, la naturaleza fractal y compleja de los ecosistemas se estructura en subsistemas anidados unos dentro de otros. Cada parte es un todo y al mismo tiempo está compuesta de subsistemas más pequeños y más grandes, desde lo microscópico a lo planetario, de lo local a lo bioregional, hasta lo global. Ningún sistema puede ser entendido si se enfoca en una sola escala ya que todos los sistemas existen y funcionan enlazados a múltiples niveles de espacio, tiempo y organización. Las interacciones entre estas escalas determinan las dinámicas del sistema en cualquier nivel particular. Los cambios en una escala pueden afectar a todas las demás, ya que en la naturaleza no existen sistemas cerrados, todos están interconectados, dependientes uno del otro. Es por eso que, para comprender o gestionar un sistema, debemos entender qué es lo que ocurre en múltiples dimensiones.

A modo de ejemplo, intervenciones como la deforestación masiva en el Amazonas no solo afecta a los países a los que esta selva tropical pertenece, sino al mundo entero, ya que el Amazonas es un inmenso reservorio de biodiversidad, un gran sumidero de carbono y literalmente, una fábrica de lluvia. Al desaparecer sus árboles se pierde la regulación del ciclo del carbono recrudeciendo la crisis climática, la extinción de especies locales incrementa la posibilidad de generar nuevas enfermedades zoonóticas como el COVID 19, y la perdida de la evapotranspiración que generan sus árboles lleva a una mutación severa en los regímenes de lluvias, profundizando sequías y desertificación de tierras a escala global. Es vital comprender que los sistemas anidados y sus múltiples interconexiones son un patrón clave de salud y resiliencia de la naturaleza.

La eco alfabetización también nos enseña que en la naturaleza casi toda la energía que impulsa los ciclos ecológicos proviene directa o indirectamente del sol. Desde el inicio de la vida, el sol calienta la atmósfera, los océanos y los continentes, genera los vientos, por ende, la energía eólica. Mueve el ciclo del agua, generando las olas, las corrientes marinas, las nubes y la lluvia. Hace crecer las plantas, proporciona alimento a los animales e incluso, a lo largo del tiempo, produce los combustibles fósiles.

El sol es la fuente absoluta de energía y vida. Se calcula que la radiación solar recibida en la Tierra en una hora equivale al consumo mundial anual de electricidad. Aprender a diseñar mejor, como naturaleza que somos, significa crear una civilización regenerativa alimentada por el sol, basada en la radiación solar directa y en fuentes renovables de energía y de materiales. Nos queda aún mucho camino por andar, hoy día solo el 12% de la matriz eléctrica global es solar y eólica. Como diría el autor del libro Diseñando Culturas Regenerativas, Daniel Christian Wahl “nosotros somos naturaleza, y como tal podemos diseñar como naturaleza. De hecho, no podemos hacer otra cosa”.

El equilibrio dinámico es otro de los principios de las comunidades ecológicas. Habla de la flexibilidad y de la capacidad de adaptación de los ecosistemas a lo largo del tiempo. Si bien la naturaleza está en constante transformación, estos cambios son relativamente estables debido a la autorregulación que se consigue a través de los intercambios de recursos y energía conocidos como bucles de retroalimentación. Estos mecanismos no solo mantienen el equilibrio, sino que permiten a los ecosistemas superar las alteraciones que pudieran sufrir.

Un ejemplo de esto es la capacidad de auto depuración que tiene el agua cuando vertimos contaminantes o cuando restos orgánicos alteran su calidad. En estos casos, se activa una diversidad de procesos biológicos como bacterias aeróbicas que consumen materia orgánica y plantas acuáticas que asimilan nutrientes de tal manera que logran la biodegradación de los agentes contaminantes recuperando la salud del agua. Sin embargo, esta capacidad de adaptación de los ecosistemas no es infinita.

Cuando las fluctuaciones constantes de un ecosistema superan determinados límites y se dan en exceso, se rompe el equilibrio natural. La capacidad de resiliencia desaparece, con el peligro de llevar el sistema al colapso. Un ejemplo claro de esto es lo que pasa con el río Matanza-Riachuelo. La cantidad de desechos y contaminantes vertidos son de tal magnitud, que aniquilaron toda capacidad de recuperación y dejaron al río sin señales de vida alguna.

Todo indica que nuestro sistema de producción y consumo está causando exactamente lo mismo en la mayoría de los ecosistemas globales. Construir una comunidad regenerativa es aprender a vivir dentro de los ciclos de equilibrio y abundancia de la Tierra.

El reciclaje se suma a la lista de principios básicos en la alfabetización ecológica. Este principio rector nos enseña que los ecosistemas no producen basura, lo que es desecho para una especie es alimento para otra. La bosta de la vaca, por ejemplo, es fertilizante para el suelo, las hojas de los árboles o los troncos caídos en el bosque serán nutrientes y hábitat para animales, insectos y microorganismos, el animal muerto será alimento de otras especies, las lombrices comen las plantas muertas y sus desechos son nutrientes para las nuevas plantas y así, la circularidad de la naturaleza es un proceso de reaprovechamiento constante.

La basura es una invención de los seres humanos, resultado de un modelo de producción y consumo desacoplado por completo de la circularidad perfecta que nos muestran las comunidades ecológicas. Una sociedad verdaderamente inteligente no solo no produciría residuos, sino que aportaría todo su ingenio para que de cada interacción con el resto de las especies surgieran ecosistemas cada vez más vibrantes, diversos y cargados de abundancia. Un claro ejemplo de este nuevo paradigma productivo podría ser la agroecología entendida como la ciencia, el movimiento social y la práctica de integrar los procesos ecológicos en la producción agrícola.

El objetivo es producir alimentos sanos favoreciendo los procesos biológicos que impulsan el reciclaje de los nutrientes, la biomasa y el agua de los sistemas de producción, con lo que se aumenta la eficiencia en el uso de los recursos, y se enriquece la biodiversidad del suelo. Dentro de las prácticas agroecológicas, los cultivos de cobertura sirven, entre otras cosas, para potenciar la microbiología, para aumentar la materia orgánica, para fijar carbono y para ciclar el nitrógeno del aire (nutriente clave para las plantas) fijándolo en el suelo de forma biológica.

Por último, es importante comprender el principio de la diversidad. La salud de los ecosistemas reposa en la inmensa diversidad de especies. Cuando la red está compuesta por múltiples diferencias el ecosistema es más resiliente, ya que hay una superposición de funciones ecológicas que pueden ser parcialmente sustituidas en caso que la red sufra perturbaciones. Un ejemplo brillante de resiliencia natural es la respuesta de los Esteros del Iberá a los incendios ocurridos en 2022. Luego de sufrir incendios arrasadores en casi el 50% de su superficie, este ecosistema correntino conocido como la “capital de la biodiversidad” activó todos sus mecanismos de restauración, y en menos de seis meses logró recuperar su vitalidad. Imaginemos si los seres humanos pudiéramos incorporar una cultura de la resiliencia que nos permitiera prevenir siniestros y diseñar, como el resto de la naturaleza, para la salud sistémica.

Mucho antes de ser humanos, somos naturaleza. La alfabetización ecológica es una invitación a la reconciliación profunda con nuestra esencia, a aceptar con humildad que somos una especie más entre millones, con las cuales compartimos un ancestro común. Nos recuerda que somos aprendices dentro de un sistema mayor que nos contiene, nos une y con inmensa sabiduría, nos muestra el camino hacia la salud sistémica. Como diría el gran Leonardo da Vinci: “aquellos que toman como referencia a cualquiera menos a la naturaleza, la maestra de todos los maestros, se agotan en vano”. La alfabetización ecológica es el puente que puede volver a unir cultura y naturaleza en el ser humano. Es la herramienta que nos puede ayudar a descubrir el lugar peculiar que le corresponde a la humanidad como parte indivisible de la trama de la vida. Es momento de acoplarnos de forma consciente y plena a la capacidad creadora del resto de la naturaleza.

Christian Tiscornia
Educador ambiental. Docente de la Universidad Nacional de San Martin en temáticas de desarrollo sustentable y pensamiento sistémico. Fundador de la escuela para la regeneración Quinta Esencia. Abogado, licenciado en políticas públicas de la London School of Economics. Presidente de la ONG especializada en educación ambiental Amartya.

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